Dicen que para que nazcan nuevas cosas algunas otras deben morir; que para recibir nuevos regalos del universo tenemos primero que soltar otros tesoros que nos dio la vida. Eso dicen y es muy fácil hablar. Pero en carne propia, cuando lo estás viviendo tú, ¡qué difícil es soltar!
En 2016 empecé a ver cómo se avecinaba el fin. El fin del gran amor de mi vida, de mi añorada historia de amor, digna de la película o el libro más romántico. Así pasa a veces: los caminos se empiezan a bifurcar; tú quieres ir por aquí y yo por allá, y duele aceptarlo. Después de tanta lucha, después de dejarlo todo en la cancha, duele darse cuenta que no eres feliz, que él no te hace feliz y tú no lo haces feliz a él. Duele saborear la falta de dicha, el ruido de la falta de entendimiento, cuando los dos hablan lenguajes distintos y no se encuentra rastro de lo que una vez fue. Después de tantos años, días y horas invertidas, después de tanto sacrificio, después de intentar con todas las palabras y con todas las acciones, duele aceptar que ya no hay más que hacer. Pero llega un día en el que miras bien adentro, quitas la venda de tus ojos y te dices a ti misma: es momento de soltar.
En 2017 llegó la decisión. La decisión más difícil de mi vida, descrita bajo esta dura y mal vista palabra: divorcio. Luego de 12 años compartidos con él me encontré sola, y ni siquiera completa, yo era una mitad. Me había fundido tanto con mi gran amor, que me encontré con una extraña en el espejo. “¿Quién soy?”. Yo no sabía existir sin él. No sabía pensar en mí, como ser individual, y cuando esta familia se rompió, yo ya no me pude encontrar.
Cuando todo se derrumba, además del duelo que merece, empieza una nueva etapa donde hay que empezar a construir, sobre un lienzo en blanco, un nuevo camino que aún no ha sido explorado.
Decidí dedicar el 2017 a mi sanación. Escapar rápidamente no me parecía el camino correcto. Así que me quedé en la misma cama, en la misma oficina, en la misma casa, en la misma ciudad. Pero esta vez sin él, que ya estaba a miles de kilómetros.
¿Me encontré? Todavía. A veces hay que perderse para volverse a encontrar. Es por eso que decidí que el 2018 será el año en que me perderé. Acompañada de mi mochila, partiré a recorrer nuevos caminos hasta que me vuelva a encontrar; hasta que reconozca a la persona que me sonríe en el espejo todas las mañanas.
Gracias por leer! 🙌🏼

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